Ripstein quiere a Colombia
y la ve con los ojos de Gabo
Por Mauricio Laurens
Algún día diré alguna frase célebre sobre
Arturo Ripstein que hará temblar al misterio.
Luis Buñuel
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El más contundente y apasionado de los realizadores mexicanos estuvo hace poco en Bogotá como jurado del Festival Internacional de Cortometrajes y Escuelas de Cine —organizado conjuntamente por la Corporación El Espejo y Canal Capital— que pasa excelentes entrevistas que la gente suele ignorar. Conocedor del medio colombiano, Ripstein mantiene una estrecha amistad con nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, de quien ha puesto en escena dos de sus obras fundamentales, con una diferencia de treinta y cinco años.
Arturo Ripstein (1943), hijo de un importante productor cinematográfico, desde muy niño se familiarizó con filmaciones y montajes en los Estudios Churubusco. Gracias a su padre, frecuentó la intelectualidad de los años cincuenta, conoció muy de cerca a Buñuel y cargó su portafolio durante el rodaje de El ángel exterminador. “Buñuel no me enseñó técnica de cine pero, en cambio, aprendí de él que las mejores películas posibles eran aquellas en las que uno no traicionaba sus más íntimos principios”.
Dos personajes de su prolífica filmografía lo unieron de manera estrecha a su maestro y padrino aragonés: el actor protagónico Roberto Cobo —el terrible Jaibo de Los olvidados— en el papel de la travestí Manuela de Lugar sin límites, y la joven Viridiana Alatriste —trágicamente fallecida en 1982— quien debutó como actriz para su película de época La seducción —ella era hija de Silvia Pinal (Viridiana) y del influyente productor Gustavo Alatriste—.
Además de su participación directa como joven exponente del nuevo cine mexicano del período presidencial de Luis Echeverría Álvarez —con veintiún años cuando inició la filmación de Tiempo de morir— Ripstein frecuentó las tertulias y lugares de encuentro de quienes contribuyeron a forjar el boom de la literatura iberoamericana. Primero sería un cuento de García Márquez titulado En este pueblo no hay ladrones, que dirigiera su amigo Alberto Isaac en el 64 —con la extraordinaria participación actoral, como cura, del mismísimo Buñuel—.
Al pretender superar el molde impuesto por el ‘mero mero’ y las prostitutas redimidas de las comedias rancheras, un círculo impregnado de celuloide se consolidó junto a Luis Alcoriza (adaptador de Presagio, de García Márquez), Paul Leduc y Felipe Cazals. Resaltemos el caso del connotado escritor Juan Rulfo, de quien Carlos Fuentes y Gabo simultáneamente adaptaron el argumento de El gallo de oro, del cual Ripstein concibió una versión bautizada como El imperio de la fortuna.
Su relación con la literatura latinoamericana y universal data de 1965, para Tiempo de morir —el guión llamado originalmente El charro, escrito por su amigo colombiano en llave con Carlos Fuentes— un western ranchero alrededor del círculo maldito de las venganzas familiares en donde un viejo pistolero y presidiario, que recupera su libertad, se enfrenta al fantasma obsesivo de la Ley del Talión. En la era Focine, una segunda versión de esa historia por el realizador colombiano Jorge Alí Triana resaltó sus particulares calidades narrativas.
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Jorge Martínez de Hoyos, protagonista de la primera versión de tirempo de morir,
de García Márquez, dirigida por Artro Ripstein
Hacia 1999 ya Ripstein tendría la suficiente madurez requerida para escenificar esa magistral novela corta, El coronel no tiene quién le escriba, que se deriva de una sencilla anécdota: la eterna espera de una pensión que nunca llega por parte de un viejo y leal oficial de los gobiernos de turno. Todos los viernes en la mañana, dicho señor se dirigía muy solemne al puerto en busca del barco que traería consigo tan urgido giro. Pero éste nunca llegaba y él no perdió la paciencia ni su dignidad, soportando la constante pregunta de su atribulada esposa “convertida en un saco de huesos”: ¿qué comeremos? Y la gabiana respuesta final: ¡mierda!
“Enfrentarse a un clásico como éste fue aterrador porque uno se enfrenta a la fértil imaginación de los lectores, y tentador al mismo tiempo, por cuanto esos relatos permanecen con la frescura del primer día” (Ripstein). Marisa Paredes era la discreta pero llena de entereza Lola, junto al no muy conocido protagonismo de Fernando Luján y un papel de relleno atribuido a Salma Hayek como novia del hijo que nunca regresó.
Aun reconociendo que Ripstein logró capturar una atmósfera densa, los diálogos sonaban artificiosos y la cámara se complacía en esgrimir un estilo experimental basado en planos secuencias o largas tomas con pocas interrupciones. Por conveniencias comerciales (Producciones Amaranta de México en asocio con Tornasol Films de España), el toque tropical o macondiano pasó a ser veracruzano y con un acento bastante cuate.
Este guión, caracterizado por un ritmo lento, tradujo el monótono transcurrir de sus jornadas. Paz Alicia Garciadiego —esposa y fiel colaboradora del director— emprendió un difícil ejercicio de adaptación para extender a veces innecesariamente la brevedad de la novela a un largometraje con casi dos horas de duración. “Hay un problema fundamental, uno no puede pretender llevar al cine el realismo mágico de Gabo. Él lo maneja de manera espléndida en la literatura, pero su traducción cinematográfica es imposible” —aseveraciones del consagrado autor. que por sólo tres días vino a Bogotá—.